Laine pasa de los 40 y desde la adolescencia vive en un auténtico infierno. Tiene que salir casi siempre acompañada de casa, y cuando lo hace, intenta que no se alargue demasiado en el tiempo. El hecho de entablar una conversación con alguien puede suponer todo un suplicio. Los temblores no tardan en aparecer. Incluso hacer una llamada telefónica, aunque pueda sonar extraño, puede resultar un imposible: se queda en blanco, bloqueada, sin que broten las palabras. Laine sufre fobia social, una patología poco conocida, que afecta a más personas de las que uno puede imaginar y que es discapacitante hasta niveles insospechados.
“La fobia es la reacción defensiva ante un miedo desproporcionado al estímulo presente”, explica Guillermo Mattioli, doctor en Psicología y miembro del Col•legi Oficial de Psicologia de Catalunya (COPC). “En realidad, el fóbico está preso de un temor muy primitivo, alguna experiencia desagradable generalmente vivida en la infancia, que en su momento superó la capacidad de compresión del sujeto afectado”, añade. Para alguien que sufre esta patología, un acto tan cotidiano como conocer a alguien puede suponer todo un tormento.
Abandonar la seguridad de su casa se convierte, para Laine, en una especie de tortura diaria. “Miro a todo el mundo, como estudiando si pueden ser o no un peligro, y al mismo tiempo avanzo siempre muy rápido”, nos relata vía mail por razones obvias. “Les miro, pero a la vez trato de pasar desapercibida. Tiendo a andar encogida, tensa y desviando la mirada al mismo tiempo que vigilo”, agrega.
Obviamente, en ese estado de tensión, la ansiedad no tarda en aparecer. “Si paso mucho tiempo en la calle o me alejo un poco más de lo habitual, me mareo, veo borroso, dejo de oír bien y me cuesta atender a los semáforos. Entro como en un estado de despersonalización”.
La persona que padece esta sintomatología tiende a evitar enfrentarse a situaciones que, a pesar de ser normales a ojos de la mayoría, pueden llegar a descontrolarla. “De esta manera van achicando su mundo de estímulos y relaciones con la esperanza de evitar toda situación angustiante”, esgrime Mattioli.
Pero esta estrategia tiene sus inconvenientes, y es que acaba volviéndose en su contra, quedando atrapados en una especie de bucle enfermizo, como explica el miembro del COPC : “Evitación, luchar contra ella, anticipación de situaciones peligrosas, profecías autocumplidas y vuelta a evitar. El hecho de huir de situaciones ansiógenas sólo confirma su debilidad, por lo tanto cada vez se sienten menos valiosos”. En los casos cronificados pueden aparecer otras patologías asociadas, como el trastorno de la personalidad por evitación.
La fobia social llega a ser tan limitante que Laine ha tenido que abandonar todos los trabajos en los que ha estado. “No como, no duermo, no paro de llorar. Creo volverme loca”, lamenta. “Actúo como una autómata cuando acabo la jornada laboral por la fuerte tensión acumulada, ida totalmente, a menudo en posición fetal en la cama, en un intento de relajarme, pero pienso en el día siguiente, muerta de miedo”, añade. La fobia la hecho dependiente “económica y físicamente” y la ha condenado a llevar una vida social muy reducida. Incluso ha hecho que desechara la posibilidad de llevar a cabo uno de sus mayores sueños: ser madre.
Esta diplomada en Relaciones Laborales no sólo tiene que lidiar con lo que le ha tocado vivir, sino también con la incomprensión de los demás. Su marido la entiende, pero “no lo lleva nada bien”. “Cree que no me esfuerzo lo suficiente y además considera excesivo el peso que mi dependencia le provoca”. Sus padres “ya lo van entendiendo”, mientras sus hermanos, esgrime, la ven como alguien “especial, diferente”. La familia cercana es otra cosa, “ni preguntan ni entienden”. “Eso sí, siempre sorprendiéndose, como si cada vez que ven una de mis limitaciones les viniera de nuevo”.
Eso es algo que molesta especialmente a las personas que padecen este tipo de patología; esta, podríamos decir, falta de empatía. Sin embargo, ella lo encaja con resignación. “Supongo que es demasiado irracional para aceptarlo con naturalidad, no entra en sus cabezas. Puedo entenderles. Es como decirles que acepten que lo redondo es cuadrado”.
Tratamiento
Laine ha pasado por la consulta de varios psicólogos y psiquiatras, pero su situación no ha variado: “A mí no me ha servido”. Normalmente, a las personas que sufren esta patología se les receta ansiolíticos y antidepresivos, aunque lo más recomendable, según Guillermo Mattioli, “es la psicoterapia, siempre que la gravedad del caso lo permita”. Sin embargo, añade este psicólogo, “no todo se puede curar, y es cierto que a veces hay que conformarse con logros pequeños, de aceptación del síntoma, de control relativo a situaciones determinadas”.
Lamentablemente, éste parece ser el caso de Laine. “Nadie puede decir que no lo haya intentado, ni los propios psicólogos. Ya no confío en que ellos me ayuden. Esto ya forma parte de mí”.
Rayo de esperanza
No obstante, la aparición, hace pocas fechas, de una nueva asociación de ayuda mutua contra la fobia social y los trastornos de ansiedad –AMTAES- ha supuesto una inyección de energía y esperanza para todos los que, como Laine, sufren fobia social. Esta entidad está constituida, como reza en su página web, “por afectados, familiares y allegados que se comprometen a prestarse apoyo mutuo, tanto de forma virtual por Internet (foros, chats, blogs, páginas web, redes sociales), como a través de encuentros presenciales de los Grupos de Ayuda Mutua (GAM) que se están formando en diferentes ciudades de España”.
Laine no ha podido asistir a ningún encuentro presencial –“no puedo ir a Barcelona sola, que es donde está constituido el único grupo en Catalunya”- pero asegura que tiene conocimiento “de los que sí han quedado y les ha resultado tremendamente satisfactoria y positiva la experiencia”. “La idea es que haya una salida al mes como mínimo, pero se pueden hacer tantas como se quieran”, esgrime.
Para ella ha sido un especie de “salvavidas” la creación de esta asociación, que le permite, entre otras cosas, “tener la posibilidad de mostrar al mundo este problema que se conoce tan poco y que es tan difícil de entender”. Laine ya hace tiempo que explica a través de un blog personal su particular relación con la enfermedad, que le apareció casi de la nada cuando era adolescente, aunque de pequeña ya era una niña “muy tímida”. “El verdadero problema surgió cuando vi que tenía que pensar en mi propia vida y en mi futuro, para buscar mi independencia, y me di cuenta de que no podía”.
AMTAES la ha ayudado a saber “que hay más gente que vive cosas parecidas”, cosa que ya de por sí la “hace sentir bien”. “Nos hace ver que somos personas normales, no tan raras como podíamos pensar, pero que tenemos un problema. El saberte entendido ayuda mucho”, sentencia.
Autor: Josep Fita, La Vanguardia.