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Noticas sobre el trastorno de la personalidad por evitación, timidez y fobia social.
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Algunos renuncian a tener un empleo por el infierno que les supone pasar una entrevista de trabajo. Otros no se atreven ni a salir para hacer las compras. No son tímidos, ni seres antisociales, sufren trastorno de ansiedad. “No puedo entrar en una habitación donde haya personas charlando, me resulta difícil mantener la mirada cuando hablo con alguien, solo pienso que me están mirando y que me voy a poner nervioso sí o sí”, confiesa Fernando. Miren, que se ha tratado con psicoterapia, no quería ni cruzar el portal. “Antes de empezar el tratamiento, me resultaba insoportable hacer trámites, asistir a reuniones de amigos o familiares, preguntar algo en la calle, hablar con desconocidos, hasta entrar o estar en lugares con gente porque sentía la mirada de todos”, se sincera.
El trastorno de ansiedad social o fobia social se diagnostica cuando la gente se siente exageradamente ansiosa y excesivamente consciente de sí misma en situaciones de la vida cotidiana. Sufren un miedo intenso, persistente, y crónico de ser observadas y juzgadas por los demás y de hacer cosas que les producirán vergüenza.
La ansiedad social afecta a entre un 3 y un 13% de la población adulta y entre un 2 y un 5% de los niños y adolescentes. A veces es difícil detectarla, pero si no se hace a tiempo puede complicarse y derivar en otros problemas de ansiedad (como ataques de pánico), abuso de alcohol y otras sustancias, depresión o incluso bullying (acoso escolar). De ahí la importancia de un diagnóstico precoz. Se pueden sentir preocupadas durante días o semanas antes de una situación que les produce temor. Este miedo puede volverse tan intenso, que interfiere con su trabajo, sus estudios, y puede dificultar el hacer nuevas amistades o mantenerlas. Sienten incluso aversión a sacarse una fotografía.
Pero cuando se está conviviendo con una situación vital tan tensa, el problema no se supera de la noche a la mañana (aunque se puede) y casi siempre deja secuelas. Tal y como reconocen, “acosa como un fantasma después, cuando ya lo estás superando, cuando ya no existen las crisis de pánico, cuando te atreves a abrirte al mundo y deseas llevar una vida como todos los demás, hasta que pierdes una y otra vez, hasta llevar tantas heridas de guerra que ya no te crees capaz de enfrentar otra batalla”, afirma un afectado.
Este problema tiene, sin embargo, un origen científico. Un estudio de la Universidad de Uppsala, en Suecia, revela que las personas con fobia social producen demasiada serotonina. Cuanta más serotonina generan, más angustiados se encuentran en situaciones sociales, según los autores de esta investigación, cuyos resultados acaba de revelar la publicación JAMA Psychiatry.
La fobia social, diagnosticada como problema psiquiátrico, es comúnmente medicada con compuestos de ISRS, que cambian la cantidad del neurotransmisor serotonina en el cerebro. Sobre la base de análisis previos, se creía que las personas con fobia social tenían muy poca serotonina y que los ISRS elevaban la cantidad disponible. En este nuevo trabajo, investigadores del Departamento de Psicología de la Universidad de Uppsala demuestran que los individuos con fobia social producen demasiada serotonina. El equipo de investigación, dirigido por los profesores Mats Fredrikson y Tomas Furmark, utilizó un trazador especial para medir la transmisión de señales químicas de la serotonina en el cerebro. Así, encontraron que los pacientes con fobia social producen un exceso de esta sustancia en una parte del centro del miedo en el cerebro, la amígdala.
“Las personas con fobia social no sólo producen más serotonina que las que no tienen un trastorno de este tipo, sino que también bombean más serotonina”, afirma Andreas Frick, del Departamento de Psicología de Uppsala. “Hemos sido capaces de demostrar esto en otro grupo de pacientes que utilizan un trazador diferente que a su vez mide el mecanismo de bombeo. Creemos que es un intento de compensar el exceso de serotonina activa en la transmisión de señales”, explica Frick.
Este descubrimiento representa un paso de gigante en lo que respecta a la identificación de los cambios en los mensajeros químicos del cerebro en las personas con ansiedad. Y es que investigaciones anteriores habían demostrado que la actividad nerviosa en la amígdala es mayor en las personas con fobia social y, por lo tanto, ese centro del miedo del cerebro es más sensible.
LOS LÍMITES
Para la psicóloga y terapeuta, Susana Ruiz, “las exigencias, las críticas sociales, la presión, la apariencia, el gustar, el pertenecer, el ser aceptado; en definitiva, ser querido por otros, nos lleva en ocasiones a estirar en exceso nuestros límites internos, y no nos sienta bien. Lo que nos apetece o querernos, se camufla con lo que es socialmente deseable, generando una valoración pobre de nosotros mismos, que nos hace daño”. Es el caso de Miren que asegura que se ponía las zapatillas para salir a la calle, y a los cinco minutos se las volvía a quitar por la falta de confianza en ella misma. Ante eso, la terapeuta recomienda tener presente lo que sucede, “y no lo que temes e imaginas que podría suceder”. “Hay que intentar soportar algunos silencios sin ponerse nervioso y recordar que el paciente no se está enfrentando a un miedo real”. “Debes aceptar lo que ocurre. No huyas. Si esperas, el miedo pasará”, sentencia.
FOBIA SOCIAL
Perfil del paciente. La ansiedad social afecta a entre un 3 y un 13% de la población adulta y entre un 2 y un 5% de los niños y adolescentes. Habitualmente se manifiesta con más contundencia al final de la adolescencia.
Consecuencias negativas. Los síntomas pueden presentarse al inicio de la adolescencia y pueden continuar durante toda la vida, lo que tiene graves consecuencias negativas en la vida social, laboral y afectiva.
SIGNOS
Hablar en público (99%), mantener una charla informal en una reunión (88%) o acudir a fiestas (76%), y también comer o beber en público (39%) son las situaciones sociales que generan un mayor nivel de fobia social.
Rubor, transpiración profusa, especialmente en las manos, temblores, taquicardia, dificultad para respirar o molestias gastrointestinales, así como tensión muscular son los más frecuentes.
Aceptarlo abiertamente en público es el mejor modo de comenzar a superarlo, para poder sentirse mejor comprendido y aminorar la angustia.
Fuente: Concha Lago, Noticias de Guipuzkoa.
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Quizá muchos lo recuerden: la pequeña Amélie Poulain siempre jugaba sola, incluso se dibujaba caras en la mano que hacían las veces de “títeres” o imaginaba seres extraños que reemplazaban la falta de amigos. Este personaje, que da nombre a la tierna película francesa Amélie, convive con un manifiesto temor a entablar relaciones con los demás. De joven, siempre introvertida y solitaria, se convierte en una minuciosa observadora de la gente común de su alrededor y se ocupa de mejorar sus vidas. Así, en forma secreta, como un juego, persigue sus intereses románticos.
La fobia social es un trastorno de ansiedad que se caracteriza por generar un temor intenso ante la posibilidad de ser evaluado negativamente por los otros o de hacer el ridículo en público. Quienes la padecen poseen un fuerte deseo de agradar al tiempo que tienen la sensación de carecer de recursos para lograrlo y desarrollar nuevas relaciones. Por ello, como Amélie, se sienten ansiosos cuando interactúan con desconocidos. Cuando atraviesan las ocasiones que desencadenan la ansiedad, se sonrojan, sudan en exceso, tienen palpitaciones, tiemblan, se marean y sienten que “se les pone la mente en blanco”. Asimismo, intentan ocultar estos síntomas porque les resultan vergonzantes. Incluso es probable que intenten evitar el contacto con desconocidos para no tener que sufrir la ansiedad que les produciría tener que conversar con ellos. Suelen presentar ataques de pánico al enfrentar las experiencias temidas.
En los casos leves, la aparición de la ansiedad sólo se limita a determinados eventos como, por ejemplo, si se tiene que hablar en púbico ante un gran número de oyentes. Este trastorno es conocido como fobia social localizada o circunscripta, y también como ansiedad de desempeño. Otras veces la ansiedad se presenta ante un evento social selectivo. En cambio, en la fobia social generalizada, que representa el cuadro más severo, el temor intenso se extiende a la mayoría de las situaciones sociales, incluso con las personas conocidas. Como consecuencia, los que la padecen se aíslan socialmente y se posterga su vida profesional.
Asistir a reuniones sociales, rendir exámenes orales, dictar clases, dar exposiciones, ir a fiestas y, como ya mencionamos, hablar en público son las actividades más comúnmente temidas. Esta fobia se manifiesta generalmente en plena adolescencia, aunque también se pueden detectar rasgos de ansiedad social en el temperamento desde la infancia temprana.
Debido a la falta de conocimiento que tiene gran parte de la población sobre este trastorno, se trata de una condición que permanece subdiagnosticada y subtratada. La fobia social debería ser un tema prioritario para la salud pública. Sus consecuencias son muy dolorosas: puede resultar discapacitante al afectar todas las áreas de la vida de la persona que la padece. Además, tiene una alta prevalencia y su desarrollo suele ser crónico. En muchos casos puede desencadenar síntomas depresivos y estar asociada con otros trastornos psiquiátricos. Si bien puede persistir a lo largo de la vida, también puede presentarse una remisión total o parcial al llegar a la adultez.
Hoy hay tratamientos farmacológicos y psicoterapeúticos eficaces para mejorar esta condición que genera mucho sufrimiento.
Los que hayan visto Amélie, muy probablemente también la recuerden porque es de esas películas que perviven, vuelven, se reencuentran. Y es por eso que quizá también recuerden ese valor de la protagonista haciéndole frente a su condición a través de la amistad con Nino, su vecino, y, fundamentalmente, del amor por el otro.
Fuente: Facundo Manes, Clarín